jueves, 23 de abril de 2009

INTERFERENCIAS

Durante el verano nos dedicamos a interferir vidas ajenas. Yo y mis amigos de algún modo somos lo que **** ****** llamaría una pérdida de tiempo. El verano pasó raudo pero nosotros al menos interferimos ese par o más de vidas horribles. Hacíamos llamadas telefónicas, a veces de manera frenética, otras al borde del tedio. Enero fue un mes aburrido pero lo sorteamos. Nuestra estrategia no percibía nada más que la suma de todas nuestras tontas ideas. Un montón de tipos ociosos jugando a nada. Unos más desesperados que otros. En diciembre Marta me dejó botado en una estación de trenes, en Caracas. Estuve algunas semanas al borde de una crisis de pánico. Lo peor de todo, dicen, es que el amor no correspondido es el único que dura para toda la vida. Lo pasé mal y me emborraché más de la cuenta. Un día, con un horrible dolor de cabeza, la llamé por teléfono. Apenas sentí que levantaba el auricular, colgué. Marta, supuse, se levantaba de su cama o del sofá donde posiblemente leía uno de esos pésimos libros de poesía chilena que guarda en su estante. Supe que en el intervalo de tiempo que tardaba en ir al teléfono y volver al sofá tropezaba su destino. Las cosas no serían iguales después de ese movimiento inútil. Lo supe de inmediato y agilicé mi venganza. Con mis amigos pasamos gran parte del verano pegados al teléfono. Nuestras víctimas eran variadas. Abogados, doctores, padres, ex amigos, amantes. Con una mueca algo torpe me reincorporaba y volvía a discar el mismo nefasto número. Repetía el ritual hasta el hartazgo y, sin embargo, no lograba desistir. Marta, lo sé, ocupaba un ritmo similar en su ir y venir a través del pasillo que unía ambas habitaciones. Su cuerpo, cada una de sus articulaciones, cada centímetro de sus extremidades, se movía y por lo mismo, su desplazamiento cambiaba. A principios de abril Marta dejó de contestar. Pasó una semana. Pasó otra más. A la siguiente compré el diario en el quiosco de la esquina. Necesitaba leer un artículo acerca del calentamiento global y también, como acostumbro, la sección deportiva. Su noticia, la de su muerte, no me golpeó como hubiera imaginado. Supe, por el contrario, y con una suerte de orgullo que he tratado de disimular con el tiempo, que el destino puede ser alterado hasta la más cruel de sus ramas. Marta era una mujer obstinada, pero de entre los fierros de aquella locomotora era casi imposible escapar con vida.

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