miércoles, 9 de marzo de 2011

Le chupó una teta, luego la otra y se volteó. Hace tiempo que no conseguía una erección decente. Tenía una angustia constante que aparecía en el pecho, descendía por el tórax y se iba extendiendo por todo el cuerpo. La cesantía lo tenía enfermo. Ella lo abrazó por detrás, le masajeó los testículos un rato, pero no pasó nada y al final se durmieron.

Quizás pasara por esa típica crisis existencial por la cual no quería follar, ni hablar, ni demorarse mucho en entender al otro. Le pasaba una vez al año, cesante o no. Por la tarde había visto un documental sobre Walter Rauff, un criminal de guerra nazi que había muerto tranquilamente en Las Condes, gracias a su compinche Augusto Pinochet. Una historia ridícula de esas que sólo pasan en Chile, un país fundado en las traiciones y las mentiras, una nación que descansaba sobre bases infames y que, viendo la historia reciente, terminaba de construirse de la misma manera. Su cabeza respondió. Esa noche sus sueños oscilaron entre orgías infernales y campos de concentración. Despertó agitado, sudando. Ella ya no estaba, había salido el sol, era verano. Seguramente más tarde haría un calor de mierda. El no quería pensar ni en el sol, ni en la vida, ni en los años que inevitablemente quedaban por delante. Tomó un libro de John Fante que nunca había terminado de leer. Hojeó un par de páginas. No se entusiasmó y entonces se acostó de nuevo, cerró forzosamente los ojos e intentó dormir, pero no pudo. Eran las 12 del día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario